miércoles, 23 de febrero de 2022

2ª UNIDAD - ACTIVIDAD 1 - ¿Qué cosas haría si no fuera porque vivo en sociedad?

Unidad 2:

Esta Unidad está orientada para que los / las estudiantes adquieran herramientas conceptuales que les ayuden a participar activamente y con una actitud crítica en los debates orientados a definir una sociedad ideal  

Unidad 2: Actividad 1

1ª Parte: Qué cosas haría si no fuera porque vivo en sociedad?

Ojo con las actitudes que se requieren:

Pensar con apertura a distintas perspectivas y contextos, asumiendo riesgos y responsabilidades.
Pensar con flexibilidad para re-elaborar las propias ideas, puntos de vista y creencias.


Para entrar en el tema, responder por escrito a la pregunta:  

¿Qué está mal en mi sociedad y qué haría yo para cambiarla?

Ahora que han entregado sus opiniones llega el momento del diálogo. ¿Qué esperamos de la vida en sociedad?

¿Nos damos cuenta que aparecen "ideas"?
¿Por qué las distintas concepciones del ser humano afectan nuestra manera de entender la sociedad?
Dado que ellas no pueden considerarse íntegramente para construir una sociedad mejor, cabe preguntarse si la construcción de una mejor sociedad política nace de la “naturaleza” humana o de un acuerdo entre las personas.

Algunas preguntas, a modo de ejemplos:

• ¿Debe el Estado preocuparse de promover la ciencia y la tecnología?
• ¿Debe aplicar sanciones severas para que las personas tengan una conducta aceptable?
• ¿Hasta qué punto la felicidad de las personas forma parte de la finalidad de las leyes?


2ª Parte: Lectura y Análisis de Textos:
 

Esta parte de la actividad se divide en dos etapas:
a) La pregunta por la sociabilidad humana y sus límites.
b) La pregunta por el rol de la sociedad en cuanto a la felicidad de sus miembros.  

a) Las preguntas clave para orientar la lectura:

• ¿Cuál es la tesis planteada? Explique su significado.
• ¿Qué argumentos sostienen la tesis?
• ¿Qué supuestos están implicados en la tesis y/o los argumentos planteados?

b) Preguntas clave para orientar la lectura:
 
• ¿Qué bienes propios del ser humano debe garantizar toda sociedad?
• ¿Cuál es la mejor sociedad que puedo esperar que surja, considerando los límites de la sociabilidad humana?
• ¿Hasta qué punto debe garantizar que sus miembros sean buenas personas?


Una vez leídos los textos, detenerse a compartir nuestras observaciones y comparar los pensamientos que vayan surgiendo:

Estos son ejemplos de cómo se espera que las ideas del primer grupo de textos se relacionen con las del segundo:

1) Si se asume que el ser humano es esencialmente egoísta, habría que pensar en una manera apropiada de organizarnos, sabiendo que todos buscarán únicamente su propio beneficio.
2) Si se admite que el ser humano tiene necesidades internas para ser feliz –conocimiento, arte, virtud–, se puede plantear la pregunta de hasta qué punto una sociedad debe o puede garantizar la promoción de la satisfacción de dichas necesidades.

Los grupos responden por escrito y elaboran una tabla comparativa de las distintas posturas identificadas, mostrando en qué puntos son complementarias o contradictorias.
Ayudándose con las 2 tablas comparativas, los grupos contestan algunas de las preguntas del recuadro o similares. El objetivo es que relacionen las ideas de los textos de la primera parte con las de los textos de la segunda parte. Cada grupo responde ante el curso algunas preguntas como las que siguen:   

¿QUÉ PUEDO Y QUÉ NO PUEDO HACER PARA MEJORAR MI SOCIEDAD?


A continuación, cada grupo elabora por escrito una lista de bienes que quisiera ver en su sociedad y los compara con las ideas que surgieron en la segunda etapa; sobre esa base, deliberan y deciden cuáles de esos bienes que desean garantizados, se les puede exigir realmente a la sociedad.

Las siguientes preguntas pueden guiar la discusión:
• ¿Hasta qué punto es factible que la sociedad garantice tales bienes, considerando los límites de la sociabilidad humana?
• ¿Hasta qué punto es necesario y/o deseable?
• ¿Cuáles de estos bienes son irrenunciables?

Finalmente, cada grupo redacta un documento en que responden, con fundamentos,
lo siguiente:

• ¿Qué cosas quisiera cambiar de la sociedad?
• ¿Cuáles cosas de las que me gustaría cambiar creo que podrían cambiarse?
• ¿Cuáles no y por qué?


LOS TEXTOS DE APOYO PARA ESTA ACTIVIDAD


Texto 1

Tomás de Aquino (1224-1274, Italia)

Teólogo y filósofo. Es reconocido por ser uno de los principales representantes de la escolástica. Entre sus aportes, destaca la relación armónica que establece entre la filosofía y la teología y, en la misma línea, entre razón y fe. Según su pensamiento, mediante ambas se puede llegar al conocimiento de Dios (aunque en distinto grado) y de la realidad.

“Pero corresponde a la naturaleza del hombre ser un animal sociable y político que vive en sociedad, más aún que el resto de los animales, cosa que nos revela su misma necesidad natural. Pues la naturaleza preparó a los demás animales la comida, su vestido, su defensa, por ejemplo, los dientes, cuernos, garras o, al menos, velocidad para la fuga. El hombre, por el contrario, fue creado sin ninguno de estos recursos naturales, pero en su lugar se le dio la razón para que a través de ésta pudiera abastecerse con el esfuerzo de sus manos de todas esas cosas, aunque un solo hombre no se baste para conseguirlas todas. Porque un solo hombre por sí mismo no puede bastarse en su existencia. Luego el hombre tiene como natural el vivir en una sociedad de muchos miembros.
Además, a los otros animales la naturaleza les inculcó todo lo que les es beneficioso o nocivo, como la oveja ve naturalmente en el lobo a un enemigo. Incluso algunos animales conocen naturalmente algunas hierbas medicinales y otras necesarias para la vida. El hombre, por el contrario, únicamente en comunidad tiene un conocimiento natural de lo necesario para su vida de modo que, valiéndose de los principios naturales, a través de la razón llega al conocimiento de cada una de las cosas necesarias para la vida humana. No es, por tanto, posible que un solo hombre llegue a conocer todas estas cosas a través de su razón. Luego el hombre necesita vivir en sociedad, ayudarse uno a otro, de manera que cada uno investigue una cosa por medio de la razón, uno la medicina, uno esto, otro aquello.
Esto se ve con claridad meridiana en el hecho de que es propio del hombre el hablar, por medio de lo cual una persona puede comunicar totalmente a otra sus ideas. En cambio, los otros animales expresan mutuamente sus pasiones por gestos comunes, como el perro su idea por el ladrido y otros animales diversas pasiones de distintos modos. Luego, el hombre es más comunicativo para otro hombre que cualquier otro animal gregario que pueda verse, como la grulla, la hormiga y la abeja. Teniendo en cuenta esto, dijo Salomón: Mejor es vivir dos juntos que uno solo. Porque tienen la ventaja de la mutua compañía.” (Tomás de Aquino, La Monarquía, Tecnos, Madrid, 2007, trad. Laureano Robles, Ángel Chueca, p. 6)


Texto 2


“Hay, además, otro principio del que Hobbes no se ha percatado y que, dado al hombre para suavizar en ciertas circunstancias la ferocidad de su amor propio, o el deseo de conservarse antes del nacimiento de ese amor, templa el ardor que tiene por su bienestar mediante una repugnancia innata a ver sufrir a su semejante. No creo que haya que temer ninguna contradicción al conceder al hombre la única virtud natural que el detractor más extremado de las virtudes humanas se vio obligado a reconocerle. Hablo de la piedad, disposición conveniente a unos seres tan débiles y sometidos a tantos males como somos; virtud tanto más universal y tanto más útil al hombre cuanto que precede en él al uso de toda reflexión, y tan natural que las bestias mismas dan a veces signos distinsensibles de ella. Sin hablar de la ternura de las madres por sus hijos, y de los peligros que arrostran para protegerlos, todos los días observamos la repugnancia que los caballos tienen a pisotear un cuerpo vivo; un animal no pasa sin inquietud junto a un animal de su especie muerto; hay incluso algunos que les dan una especie de sepultura; y los tristes mugidos del ganado al entrar en un matadero anuncian la impresión que reciben del horrible espectáculo que los hiere. Con placer vemos al autor de la Fábula de las abejas, forzado a reconocer al hombre como un ser compasivo y sensible, salir, en el ejemplo que de ello nos da, de su estilo frío y sutil, para ofrecernos la patética imagen de un hombre encerrado que percibe fuera a una bestia feroz arrancando del regazo de su madre a un niño, destrozando bajo su dentadura asesina los débiles miembros y desgarrando con
sus uñas las entrañas palpitantes de ese niño. ¡Qué horrible agitación no experimente ese testigo de un suceso en el que ningún interés personal tiene! ¡Qué angustias no sufre ante esta visión por no poder llevar ningún socorro a la madre desvanecida ni al hijo moribundo!
Tal es el movimiento puro de la naturaleza, anterior a toda reflexión: tal la fuerza de la piedad natural,
que tanto les cuesta todavía destruir a las costumbres más depravadas, pues todos los días vemos en nuestros espectáculos enternecerse y llorar por las desgracias de un infortunado que, si estuviera en el puesto del tirano, agravaría más aún los tormentos de su enemigo, igual que el sanguinario Sila, tan sensible a los males que no había él causado, o que ese Alejandro de Feres que no se atrevía a asistir a la representación de ninguna tragedia por miedo a que le vieran gemir con Andrómaca y Príamo, mientras escuchaba sin emoción los gritos de tantos ciudadanos que degollaban todos los días por orden suya”. (Jean-Jacques Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, Alianza, Madrid, 1980, trad. Mauro Armiño, p. 235-236)


Texto 3


“De aquí nace la discusión a propósito de si es mejor ser amado que temido o viceversa. La respuesta
es que se debería ser lo uno y lo otro; pero, como es difícil reunir ambas cosas, resulta mucho más seguro ser temido que amado, cuando se tiene que prescindir de una de las dos. Porque de los hombres, en general, se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simulan y disimulan, huyen del peligro y están ávidos de ganancias; y mientras les favoreces y no los necesitas son todo tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida y los hijos, como ya dije antes; pero, cuando viene la necesidad, te dan la espalda”. (Maquiavelo, El príncipe, Biblioteca Nueva, Madrid, 2010, p. 124)

Texto 4


“Puesto que la felicidad es una actividad del alma según la virtud perfecta, hay que tratar de la virtud, pues acaso así consideraremos mejor lo referente a la felicidad. Y parece también que el que es de veras político se ocupa sobre todo de ella, pues quiere hacer a los ciudadanos buenos y obedientes a las leyes (como ejemplo de éstos tenemos a los legisladores cretenses y lacedemonios y los demás semejantes que puedan haber existido). Y si esta investigación pertenece a la política, es evidente que esta indagación estará de acuerdo con nuestro proyecto inicial. Acerca de la virtud, es evidente que hemos de investigar la humana, ya que también buscábamos el bien humano y la felicidad humana. Llamamos virtud humana no a la del cuerpo, sino a la del alma; y decimos que la felicidad es una actividad del alma. Y si esto es así, es evidente que el político debe conocer en cierto modo lo referente al alma, como el que cura los ojos también todo el cuerpo, y tanto más cuanto que la política es más estimable y mejor que la medicina; y los médicos distinguidos se ocupan mucho del conocimiento del cuerpo; también el político ha de considerar el alma, pero la ha de considerar en vista de estas cosas y en la medida suficiente para lo que buscamos, pues examinar esta cuestión con más detalle es acaso demasiado laborioso para nuestro propósito”. (Aristóteles, Ética a Nicómaco, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1959, trad. Julián Marías, pp. 16-17).


Texto 5

“Los imperativos de la sagacidad coincidirían enteramente con los de la habilidad y serían, como éstos, analíticos, si fuera igualmente fácil dar un concepto determinado de la felicidad. Pues aquí como allí, diríase: el que quiere el fin, quiere también (de conformidad con la razón, necesariamente) los únicos medios que están para ello en su poder. Pero es una desdicha que el concepto de la felicidad sea un concepto tan indeterminado que, aun cuando todo hombre desea alcanzarla, nunca puede decir por modo fijo y acorde consigo mismo lo que propiamente quiere y desea. Y la causa de ello es que todos los elementos que pertenecen al concepto de la felicidad son empíricos, es decir, tienen que derivarse de la experiencia, y que, sin embargo, para la idea de la felicidad se exige un todo absoluto, un máximum de bienestar en mi estado actual y en todo estado futuro. Ahora bien, es imposible que un ente, el más perspicaz posible y al mismo tiempo el más poderoso, si es finito, se haga un concepto determinado de lo que propiamente quiere en este punto. ¿Quiere riqueza? ¡Cuántos cuidados, cuánta envidia, cuántas asechanzas no podrá atraerse con ella! ¿Quiere conocimiento y saber? Pero quizá esto no haga sino darle una visión más aguda, que le mostrará más terribles aún los males que están ahora ocultos para él y que no puede evitar, o impondrá a sus deseos, que ya bastante le dan que hacer, nuevas y más ardientes necesidades. ¿Quiere una larga vida? ¿Quién le asegura que no ha de ser una larga miseria? ¿Quiere al menos tener salud? Pero, ¿no ha sucedido muchas veces que la flaqueza del cuerpo le ha evitado caer en excesos que hubiera cometido de tener una salud perfecta? Etc., etc. En suma: nadie es capaz de determinar, por un principio, con plena certeza, qué sea lo que le haría verdaderamente feliz, porque para tal determinación fuera indispensable tener omnisciencia”.
(Immanuel Kant, Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, trad. Manuel García Morente, pp. 32-33, edición digital libre de derechos de autor:
https://www.curriculumnacional.cl/link/https://pmrb.net/books/kantfund/fund_metaf_costumbres_vD.pdf  ).

Texto 6


“Los seres humanos deben ayudarse entre sí para distinguir lo mejor de lo peor, y animarse unos a otros para optar por lo primero y evitar lo segundo. Deberían aplicarse continuamente para fo¬mentar la práctica de sus cualidades más elevadas, para orientar lo mejor posible sus sentimientos y propósitos hacia la prudencia y no hacia la necedad, para elevar, en vez de rebajar, sus miras y objetivos. Pero ni una ni muchas personas tienen derecho a decir a un semejante, de edad madura, que no debe hacer con su vida lo que más le convenga, en aras de su propio beneficio. Puesto que él es el primer interesado en su propio bienestar: el interés que cualquier otra persona pueda tener en ello, salvo en aquellos casos en los que haya una estrecha relación personal, es insignificante comparado con el que él mismo tiene; el interés que la sociedad tenga en él como individuo (salvo en lo que se refiera a su conducta con respecto a los demás) siempre será parcial e indirecto; es decir, que en cuanto a sus propios sentimientos, y circunstancias, hasta el hombre o la mujer más corrientes disponen de medios de conocimiento a su alcance que superan con mucho a los de cualquier otra persona. La injerencia de la sociedad para imponer sus opiniones y objetivos en lo que solo a esa persona concierne, ha de asentarse en presunciones de carácter general, las cuales no solo pueden ser falsas, sino que, aun en el caso de ser verdaderas, entrañan el riesgo de ser aplicadas de forma equivocada en casos individuales, y por personas no más familiarizadas con las circunstancias de dichos casos que aquellas que las contemplan desde fuera. En consecuencia, es en este apartado de los asuntos humanos donde la individualidad tiene su propio campo de acción. En la conducta de los seres humanos con sus semejantes, es necesaria la observancia de normas generales en la mayoría de las ocasiones, con el fin de que cada uno sepa lo que puede esperar de ellos; pero en lo que toca a sus propias inquietudes, tiene el derecho a ejercer con toda libertad su espontaneidad como individuo. Pueden brindársele, y aun serle impuestas, por parte de los demás, consideraciones que lo ayuden en su juicio, o exhortaciones que lo reafirmen en su voluntad; pero solo él será el supremo juez. Todos los errores que pueda cometer por hacer caso omiso de tales consejos o advertencias valen mucho más que el daño que representa el hecho de aceptar que sean otros quienes le impongan lo que consideran bueno para él”. (John Stuart Mill, Sobre la libertad, Edaf, Madrid, 2016, trad. Agustín Izquierdo, pp. 172-173).



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